Por Juan José Téllez
Rafaela Carrasco vuelve a encontrarse con el alma popular de Federico García Lorca que recrease en “Anda jaleo”. Sólo que, ahora, para su nuevo espectáculo con el Ballet Flamenco de Andalucía que será estrenado en el Generalife el próximo mes de julio, se aproxima al cancionero de la vega granadina, con su voz individual y colectiva que llega hasta las estribaciones de La Alpujarra, en un largo diálogo entre el folklore y el flamenco.
Federico iba para músico, pero se especializó en la melodía de las palabras. En su piano, sin embargo, quedaron para siempre sus aproximaciones casi antropológicas a una tradición que corría de boca en boca pero que nadie, hasta entonces, había llevado hasta las partituras y a los estudios de grabación. El lo hizo con su buena amiga Encarnación López, La Argentinita, la que le despidió en Madrid en el verano del 36, poco antes de que el poeta viajara hasta la ciudad de su cuna y de su muerte.
Contagiado por Manuel de Falla –a cuyo concurso de Cante Jondo de 1922, dedicaran Rafaela y el Ballet otro espectáculo anterior–, Federico se adentra en las tradiciones musicales de su tierra, a sabiendas de que “Granada está hecha para la música, porque es una ciudad encerrada, una ciudad entre sierras donde la melodía es de vuelta, ilimitada y retenida por paredes y rocas. La música la tienen las ciudades del interior. Sevilla y Málaga y Cádiz se escapan por sus puertos. Y Granada no tiene más salida que su alto puerto natural de estrellas”.
Entre fandangos que desembocan en los trovos alpujarreños y las sevillanas que vienen de las seguidillas castellano-manchegas, a través de la mirada y del oído atento de García Lorca discurren evocaciones del Café de Chinitas o de los zorongos gitanos, relámpagos de Sacromonte y planicies granadinas, olivares verpertinos –“a los olivaritos voy por las tardes…/a ver como menea la hoja el aire”–, el olor a paja quemada del otoño, la lluvia del invierno entre sones de panderetas y chicharras, o la solina del estío, letras en la boca frutal delas sirvientas de Armilla, de Santa Fe o de Atarfe, que se abren para cantar:
A qué buscas la lumbre
la calle arriba
si de tu cara sale
la brasa viva.
Hay campanas y esquilines del alba, con la Alhambra a oscuras y “las monjas Tomasas poniéndole a San José, un sombrero plano color amarillo, y a la Virgen una mantilla… con su peineta”.
No sólo el flamenco acoge la magia del ángel: “Todas las artes –así lo afirmaba Federico– son capaces de duende, pero donde encuentra más campo, como es natural, es en la música, en la danza y en la poesía hablada, ya que estas necesitan un cuerpo vivo que interprete, porque son formas que nacen y mueren de modo perpetuo y alzan sus contornos sobre un presente exacto”.
Ese cuerpo vivo es el espíritu que mueve a la nueva producción del Ballet Flamenco de Andalucía. El flamenco es un territorio mestizo que se vio influido por múltiples culturas: la gitana, desde luego, la sefardita, la morisca, la del Africa negra o la de la América morena, pero también otras tradiciones del folklore peninsular cuyo origen se remonta a la noche de las leyendas. A su vez, se dejó enriquecer por Federico que, por sí mismo, representa la cresta de la lumbre donde se calentaron al unísono la poesía popular y la culta, la cara y la cruz de una sola moneda. Quizá la primera de esas canciones la escribiera, muchos siglos atrás, aquel Jorge Manrique al que Lorca citó tanto y que nos explicó que el mar también era el morir: “España –afirmó luego el poeta de Granada– está en todos tiempos movida por el duende, como país de música y danza milenaria, donde el duende exprime limones de madrugada, y como país de muerte, como país abierto a la muerte”.
Ese claroscuro tan nuestro y tan barroco constituye la esencia de la nueva coreografía de Rafaela Carrasco para el Ballet Flamenco de Andalucía, con una dramaturgia donde no faltará un piano similar al que Federico se sentara en 1931 para impresionar cinco discos gramofónicos con diez de sus canciones populares antiguas, que interpretaría la voz de La Argentinita. Conocía muchas más pero no transcribió su melodía tal vez por pereza o porque consideraba que era un pecado llevarlas al pentagrama, por lo que tan sólo llegó a depositarlas sobre la complicidad de su piano.
Aunque toda la obra de Lorca está empapada de una clarísima música callada, su interés por el ritmo iba más allá de la literatura y de su relación casi filial con Manuel de Falla en el Carmen de La Antequeruela. García Lorca se relacionó, en la Residencia de Estudiantes, con numerosos músicos de la época, desde Haffter a Bacarisse. De sus viajes, no sólo trajo imágenes cargadas de oscuros presentimientos y de belleza intensísima, sino también recuerdos de su encuentro con Carlos Gardel en Buenos Aires, con el jazz neoyorquino o el son cubano, aquella isla cuya luz encerraba todos los colores de Andalucía.
El Ballet Flamenco de Andalucía, bajo la dirección y coreografía de Rafaela Carrasco, rinde homenaje a todo ese universo musical, desde la cercanía del paisaje granadino, pero con los ojos puestos en el cielo abierto, su única vía de escape.
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